miércoles, 14 de septiembre de 2011

TAN DE PASO

A/4

EL NACIONAL Opinión 21/04/1991

Pizarrón

Tan de paso

ARTURO USLAR PIETRI*

La desaparición de mi hijo mayor me devuelve súbitamente a la vieja e inagotable reflexión de la condición humana. Lo sabemos todos, pero tendemos a olvidarlo, acaso por inconsciente reacción defen­siva, sin lograr borrar nunca la constante presencia de ese límite fundamental. recomienda el "memento mori" pero ya desde el mundo pagano y en toda la amplitud y variedad de la presencia humana en el planeta, esa angustia condicionante está presente en todos los seres humanos.

Es ésa, precisamente, la condición fundamental que distingue al hombre de los demás seres vivientes. Es el único animal que ha llegado a saber que ha nacido para morir; los demás lo ignoran o lo advierten apenas en el instante mismo de su acabar.

El hombre, antropológicamente, comenzó a ser hom­bre genuino cuando excavó la primera tumba. Era, a la vez, su manera de reconocer la muerte y de rechazarla. Los animales no entierran.

La angustia existencial ha variado con la historia pero conserva siempre, al través de los tiempos y las culturas, su identidad profunda. Las respuestas a esa angustia inagotable han sido las religiones, en toda su variedad tan unánime, la filosofía, el arte, y hasta la ciencia misma. Miguel Angel dijo alguna vez que nunca había tenido un pensamiento en el que no estuviera esculpida la muerte.

Es la respuesta a esa condición, la que hace la diferencia fundamental entre los seres humanos. Las maneras de enfrentarla, de esquivarla, de olvidarla, de aceptarla y de acomodarse a ella. La gran rebelión humana es la rebelión contra la muerte. Aun en la voz de la mística, "muero porque no muero" o "el placer de morir", como rechazo de una vida mezquina en espera de otra, esplendorosa y eterna, no es sino el reflejo sublimado de esa condición.

Podría reescribirse la historia de como una sucesión de actitudes ante la muerte. La del hombre de la del tiempo moderno, la de la actualidad hedonística. Acercarse a ella y aceptarla, o tratar de rechazarla y olvidarla puerilmente. Los cambios de mentalidad, que los modernos historiadores estudian con tanto brillo como mecanismo fundamental de la historia, pueden reducirse a cambios de actitud ante la muerte.

Nuestra civilización, crecientemente pragmática y poco espiritual, adolece mucho de la falta de ese sentimiento.

Se vive al día, en la falsa eternidad del día, a corto plazo, acaso como un subterfugio superficial para escapar a la cuestión fundamental. Lo que tiene efectos visibles y negativos en la condición social e individual de la época presente. La devaluación y el repudio de la muerte es, en lo esencial, la devaluación y el repudio del valor y significación de la vida. Se vive sin profundidad, fuera del tiempo, fuera de mesura, fuera de razón en la misma medida en que esa reflexión central disminuye o se borra.

Basta observar, aunque sea superficialmente, los grandes centros motores de la civilización actual para advertir la presencia, en múltiples formas de una voluntad generalizada de olvidar y reducir la presencia de ese límite fundamental. En los pueblos primitivos el gran hecho central es la muerte; en torno a ella se organizaba toda la vida. En la más superficial modernidad la muerte no se nombra, se procura borrarla y reducirla a un mero hecho casi accidental. Lo que tiene, entre otros, dos efectos muy negativos. Banalizar la muerte y convertirla casi en una cosa de mal gusto, contra la que quizás algún día pueda triunfar definitivamente la ciencia y disminuir el trato y la comunicación con los ya desaparecidos, la verdadera “mayoría silenciosa”, sin darnos mucha cuenta de que empobrecer y quitarle significación a la vida y a la exaltante y exigente condición de su brevedad.

Una reflexión mas seria y constante sobre ese termino ineluctable podría mejorar mucho la situación existencial de los hombres. Los viejos cristianos hablaban de la vida como preparación para la muerte. Hoy, tal vez habría que crear conciencia sobre la muerte, como preparación para la vida. Darle el pleno valor de su brevedad perentoria, que podía ser la más grande fuerza moralizadora y equilibradora de esa loca ansiedad que impulsa al hombre a olvidar su condición fundamental.

Precisamente, en la medida en que entendamos que estamos tan de paso y que podemos tan poco, podamos empezar a ser mejores.

*Escritor

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